La moraleja es muy sencilla. Tener la razón no te traerá la felicidad. Estar en lo cierto no hará que automáticamente todos «vean la luz», entiendan el problema y todo se soluciones mágicamente. De hecho, en la vida real ocurre con frecuencia lo contrario. A pesar de estar en lo correcto, hay que hacer concesiones y ajustes para lograr una agradable convivencia con el otro. Las relaciones interpersonales exigen mucho más que «tener la razón» para que sean cercanas y estables.
206. ¡Pero yo tengo la razón!
15
Abr