La franqueza es con frecuencia confundida con la mala educación. Creyendo equivocadamente que nuestra intención es buena («te lo digo porque te quiero» y cosas así), decimos las cosas más hirientes, sin ninguna utilidad, dañando, a veces de forma irreparable, nuestra relación con alguien que queremos.
Es indispensable conocer los límites de la franqueza y establecer las “reglas” con las cuales guiarnos para decir algo, o mejor callarlo. Muchas veces, es más efectivo guardar silencio y manejarnos de diferente manera, que el decir claramente alguna verdad, que obstaculice lo que precisamente intentábamos arreglar. No todas las verdades se deben de callar, pero tampoco no todas se deben decir.